Había una vez, un modesto payasito que viajaba de pueblo en pueblo presentando un divertido espectáculo haciendo malabares con unas mazas muy particulares. A cambio de su entretenido acto, recibía algunas monedas.

Una tarde, llegó a una pequeña población en medio del campo. Como era acostumbrado, se dirigió a la plaza central del poblado y empezó a preparar su acto con sus cuatro mazas para malabares.

Su destreza al efectuar los malabares cautivó la atención de los habitantes del lugar, quienes empezaron a conglomerarse a su alrededor.

No pasó mucho tiempo antes de que un niño de malos modales llegara al lugar y empezara a burlarse y despreciar al payasito, gritándole que se fuera del pueblo. Ante tal situación, que nunca antes había experimentado, el buen payaso empezó a perder su concentración y dejó caer una de sus mazas.

El resto de espectadores empezó a reírse y a abuchearle por su equivocación. Esto entristeció mucho al payaso, quien terminó por soltar todas las mazas y salir corriendo fuera del pueblo. Las personas terminaron de reírse y se reincorporaron a sus actividades rápidamente, olvidando al payaso.

Lo que nadie sabía, era que ni el payaso ni las mazas eran ordinarias, pues había magia en ellas. Durante la noche tres de las cuatro mazas se convirtieron cada una en una copia exacta del niño que había ofendido al payaso, y la última se convirtió en este.

Así, al siguiente día las copias del pequeño causaron caos en el poblado, como solía hacer el niño real, molestando a todos, saboteando puestos de mercado, lanzando objetos a las ventanas de las casas y haciendo muchas más maldades. Cuando llegó la hora de la tarde se repitió exactamente la misma situación.

Así, esta vez cuatro niños molestarían al payaso, quien huiría y dejaría caer otras cuatro mazas que en la noche se convertirían en tres niños más y otro payaso. Así, al día siguiente eran siete los niños que enloquecían al pueblo. Al llegar la tarde, se repitió la misma situación, el payasito dejó caer las mazas y estas dieron lugar a tres niños más y a otro payaso.

El evento se repitió por varios días, hasta que el pequeño poblado estaba repleto en su totalidad de niños maleducados y traviesos. En vista de esto, los adultos del pueblo decidieron investigar para descubrir de dónde venía tanto caos. No les tomó mucho tiempo encontrar el origen de la situación.

De este modo, al día siguiente y con decisión, impidieron a los niños molestar al payaso, por lo que éste pudo finalmente completar su acto y retirarse satisfecho, llevándose sus mazas consigo. Esa noche, tres de las copias del niño se desvanecieron.

Al día siguiente repitieron la acción, y tres copias más desaparecieron. Al cabo de unos días, solo quedaba el niño original, a quien se le impidió incomodar al payaso, quien por fin pudo completar su acto y continuar tranquilamente hacia el siguiente pueblo.

Tanto el niño como los habitantes del poblado comprendieron la importancia del respeto hacia los demás. Desde entonces, el niño dejó de hacer travesuras y empezó a enmendar los daños que había causado.

Así, el niño se convirtió en una persona amable y colaboradora que se esforzaba por ayudar y hacer sentir bien a los demás. En aquel pueblo nunca nadie volvió a molestar o faltar el respeto a otra persona y se vivió en armonía para siempre, pues habían aprendido la lección.

Las ofensas, burlas y la falta de respeto no deben ocurrir. Siempre se debe tener en consideración los sentimientos de cada persona, así como el esfuerzo que cada uno pone en su vida para mejorar y alegrar a los demás.

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